
Scioli pelea
“Scioli la está peleando. Y cuando peleás, estás vivo”. El que dijo eso en vísperas del cierre de las campañas es alguien que habla desde la experiencia: Sergio Massa. Antes y, sobre todo, después de las primarias de agosto Massa fue desahuciado; se lo consideraba segura víctima fatal de la polarización entre Daniel Scioli y Mauricio Macri, pese a lo cual, en alianza con José Manual De la Sota, resistió y tuvo una performance tan vigorosa en octubre que, aun desde el tercer puesto, convirtió a su electorado (más del 20 por ciento) en virtual árbitro del balotaje del próximo domingo.Ahora Massa balconea la puja entre los dos finalistas y, aunque pronostica un triunfo del candidato de Cambiemos y olfatea que “la gran mayoría” de sus votantes de octubre preferirá a Macri, no quiere adelantarse a las urnas porque ve a Scioli activo, “con la guardia levantada” y sabe que, entre los que acompañaron a UNA en la primera vuelta, “también hay un grupo muy importante, que son laburantes, clase media, que tienen miedo al ajuste y van a votar a Scioli”.
Sin ir más lejos, algunos massistas encumbrados como Felipe Solá y el diputado empresario Eduardo de Mendiguren, insinuaron su apoyo a Scioli oficiando como partenaires en un almuerzo sciolista por el Día de la Militancia. Solá ya había adelantado que “para un peronista es difícil votar a Macri”.
Ese es el público que buscó la campaña de Daniel Scioli en su última etapa y que él procuró cultivar en el debate televisado el domingo 15: el que integra la base peronista del electorado de Massa y que mantiene reticencias ante el jefe de gobierno porteño.
El mundo en blanco y negro
Para llegar a todos los rincones de ese electorado, Scioli eligió las pinceladas gruesas y las apelaciones a la narrativa más basta que se atribuye al peronismo: dibujó a Macri como sinónimo de la antipatria, la insensibilidad social y “la reacción” (el cambio hacia atrás), lo describió como un peligro para los trabajadores y los pobres.¿Campaña sucia? Sería una exageración llamarla así (“sucio” es calumniar o infamar, como se hizo contra Francisco De Narváez o Enrique Olivera en comicios anteriores). Puede hablarse, más bien, de campaña simplificadora (el adversario convertido en Mal absoluto) y, si se quiere, de campaña agresiva (aunque la política –particularmente un balotaje en el contexto de un fin de ciclo- es un deporte de contacto: los roces y la pierna fuerte se dan por descontados).
Está por verse si se trató de una campaña eficaz. ¿Habrá conseguido la demonización de Macri generar dudas en los indecisos (que seguían siendo una cifra importante a horas de la elección)? Lo dictaminarán las cifras del domingo. Scioli ingresó a la etapa del balotaje con una pequeña ventaja residual (si bien en una tendencia descendente). Una campaña acertada sería una que le permitiera mantener la diferencia a favor conseguida en octubre o, por lo menos, revertir la trayectoria descendente en que entonces se encontraba. ¿Es útil, es suficiente la recurrencia al repertorio de consignas justicialistas vintage o la búsqueda de respaldos explícitos o implícitos de personajes peronistas como Solá o el expresidente Duhalde?
En el debate del domingo 15 Scioli no consiguió el impacto rotundo que precisaba para recuperar el terreno que (según todas las encuestas) Macri le sacó merced, principalmente, a la inopinada victoria de María Eugenia Vidal in partibus infidelis. En el empate conceptual resultante, basado sobre todo en silencios sobre las cuestiones en que cada uno se sentía más vulnerable, es probable que Macri haya conseguido una luz de diferencia en el oficio mudo: soltura ante las cámaras, una presencia distendida y sonriente frente a un Scioli claramente estresado y nervioso y con dificultades para administrar sus tiempos de exposición.
Con todo, en la trinchera sciolistas consideran que el debate sirvió para dejar planteados los términos de la opción tajante que pretendían desarrollar con la saturadora propaganda de la última semana: el No a Macri (y con él a todas las etiquetas negativas que adhirieron al candidato de Cambiemos).
Muy por debajo de los mensajes centrados en el adversario quedó subsumido otro, que Scioli quizás necesitaba más perentoriamente: la refutación de la dependencia de la Casa Rosada y del sometimiento a la línea marcada por el kirchnerismo neto, que las encuestas cualitativas le señalan como su principal flanco débil.
Gol en contra de Durán Barba
Sobre el cierre, cuando todo parecía ya jugado, Jaime Durán Barba, gurú de la campaña macrista, obsequió a Scioli un rotundo gol en contra con desubicadas declaraciones políticas. El polígrafo ecuatoriano (que no es candidato de Cambiemos ni directivo del Pro, pero sí un influyente consejero) se pronunció en Jujuy por legalizar el aborto (hoy está casi completamente prohibido, pero “lo vamos a cambiar –prometió-. Si una señora quiere abortar, que aborte”).Durán Barba relativizó, además, la influencia que pueda tener el Papa Francisco en el electorado del país: "Lo que diga un Papa no cambia el voto ni de diez personas aunque sea argentino o sueco". El peor pecado de esa frase no reside en evocar una parecida (“¿Cuántas divisiones tiene el Papa?”) con la que José Stalin menospreció en vísperas de la Segunda Guerra el peso espiritual y político de la Santa Sede, sino más bien en ignorar por completo que la decisiva victoria de María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires le debe muchísimo menos a sus consejos de comunicador que a la prédica de Jorge Bergoglio (como obispo primero, como Papa después) y de la Iglesia argentina contra la creciente penetración del narcotráfico en la política y contra la legalización del consumo de estupefacientes. Con sus palabras, Durán Barba parece asimismo despreciar el papel que tanto el Pontífice como la Iglesia juegan y jugarán a la hora de conjurar amenazas contra la gobernabilidad.
No es raro que Mauricio Macri –que no nació político, pero se ha ido perfeccionando en ese arte- haya tomado vertiginosa distancia de los dichos de su asesor: nada más dañino y doloroso que un gol en contra a los 45 minutos del segundo tiempo.
Dos concepciones ante la gobernabilidad
Tampoco es extraño que Daniel Scioli se haya aferrado a las palabras del ecuatoriano, a quien definió como “el verdadero candidato”. Maximizaba así el peso de la opinión de Durán Barba y minimizaba la figura de Macri, transformándolo en una mera máscara de su consejero. Una forma, también, de devolver gentilezas: en esta campaña el candidato de Cambiemos pintó a Scioli como un títere de la Casa Rosada (“¡En qué te transformaron, Daniel!”).Scioli y Macri, que hasta hace dos meses parecían variantes de una plataforma común postkirchnerista, llegan al umbral del balotaje con dos visiones bien diversas sobre la gobernabilidad de la próxima etapa. Macri parece cifrarla en una estrategia de unión nacional, pacto social y amplios acuerdos políticos (que no excluyen, dijo, a su actual adversario, a quien prometió convocar). Scioli, en otra vereda, se presenta como combatiente de un sector que debe vencer a otro que representaría fuerzas incompatibles con la Nación y el Pueblo.
Es probable que la aparente radicalidad de esa divergencia se modere después de que se escuche la voluntad del soberano.
Queda por delante –quienquiera sea el que gane- una transición difícil y una herencia de confrontación estéril que es indispensable neutralizar.