La iglesia católica de Salta vuelve a inmiscuirse en las elecciones

A las repetidas incursiones del Arzobispo de Salta en terrenos que son materia exclusiva de la civilidad, se ha sumado ahora su lugarteniente, el Vicario General de la Archidiócesis de Salta, monseñor Dante Bernacki.

El prelado vallisto, que siempre ha mostrado su debilidad por los focos y los flashes (y no precisamente los del Sagrario), se ha despachado a gusto sobre política en una extensa entrevista que hoy publica el sitio web del diario La Gaceta.

Emulando a su jefe, el locuaz Vicario General ha vuelto a poner a los sacerdotes y a sus virtudes por encima del ciudadano. «Los políticos deben aprender a pedir perdón», ha dicho Bernacki, quien comanda una pequeña tropa de curas que se encargan, precisamente, de repartir el perdón y las indulgencias plenarias.

El prelado ha demostrado haber sacado un gran provecho de las lecturas del Nuevo Testamento, que, a diferencia del Antiguo, considera al perdón como un imperativo moral y no como una mera virtud potestativa. De allí que, desde su alto sitial, exija a los políticos, sin distinción de credos o ideologías, practicar el perdón, tanto en su faz activa como pasiva.

Pero Bernacki no se ha detenido solo en los aspectos morales de la política. Ha hablado también de violencia, de narcotráfico, de ordenanzas municipales de edificación, de eficacia judicial, de corrupción y de duración de las campañas electorales.

La variedad de temas abordados por el Vicario General y, sobre todo, la convicción del sacerdote en sus minuciosas apreciaciones, contrasta notablemente con el lenguaje generalmente ambiguo, necesariamente impreciso y calculadamente diplomático con que la iglesia católica y sus obispos, en todo el mundo, se refieren a las siempre delicadas cuestiones de la política.

Al contrario, Bernacki ha entrado en la materia como un elefante en un bazar. Sus palabras, impregnadas de brutal sinceridad, dan a entender que la campaña proselitista en curso, con su machacona insistencia, no ha conseguido mantener a los sacerdotes en sus moldes tradicionales. Dejando de lado el hecho de que uno de ellos (el presbítero Jorge Crespo) es candidato a diputado provincial, aunque no con el visto bueno de su obispo, el hecho de que el Vicario General incurra en estos temas desnuda a una iglesia más preocupada por la política y por los políticos que por sus cometidos específicos.

La dura crítica del prelado a los políticos, a su ineficacia, su venalidad y su incapacidad de autocrítica es llamativa, toda vez que la jerarquía católica salteña jamás ha practicado examen de conciencia alguno en relación con su excesiva influencia en el gobierno y en la definición de políticas concretas, como la de educación pública, salud o justicia, solo por señalar algunas.

La incursión de Bernacki en la política de andar por casa reafirma la impresión de que los jerarcas católicos de Salta pretenden tomar de la política aquello que los beneficia y desechar lo que los perjudica. Al hablar de violencia o de corrupción, Bernacki no ha recordado en ningún momento, por ejemplo, que un cura italiano, amparado personalmente por el Arzobispo, se encuentra hoy requerido por la justicia salteña, con pedido de extradición en curso, por la presunta comisión de graves delitos sexuales en perjuicio de menores de edad.

Hasta el momento, ningún dirigente político ha salido al cruce de las críticas del Vicario General de la Iglesia de Salta. Bernacki, al igual que el Arzobispo, cuentan con que ellos sí pueden meterse con los políticos, pero no a la inversa, porque su investidura los protege.

Ampararse en los faldones y alzacuellos para evitar las críticas, forma parte, al parecer, de ese proficuo arsenal de «recetas democráticas» recomendadas por monseñor Bernacki, en nombre de la igualdad, el perdón y la justicia.