¿Despierta Salta de su larga siesta populista?

  • Hay señales muy tenues en el horizonte diario de los salteños que indican que en ciertos niveles de decisión política se expande la sensación de que Salta ha tocado fondo.
  • El fantasma del futuro

Las primeras reacciones son, lógicamente, de desazón, incredulidad o indignación. Pero, aunque saludables, estas reacciones son extemporáneas (debimos habernos indignado mucho antes) y, sobre todo, poco constructivas. Ha llegado la hora de actuar y de hacerlo de forma positiva, en una clara dirección de progreso.


Para ello necesitamos atacar por la raíz los problemas que dificultan nuestra convivencia, con la mirada puesta en el futuro, y no salir alocadamente -como al parecer están haciendo algunas áreas del gobierno provincial- a colocar trapos calientes con el objetivo de obtener resultados tan rápidos y tangibles como inconsistentes y efímeros.

De lo que se trata, nada menos, es de sentar las bases sobre las que construiremos la Salta de los próximos cincuenta años. Y esta -si se me permite- es una tarea tan grande y tan compleja que excede notablemente la capacidad intelectual, política y operativa de cualquier grupo con aspiraciones o con ejercicio de poder. La hora de los iluminados y de los grupos autosuficientes ha pasado.

Es evidente que los salteños estamos obligados a salir a combatir los problemas más urgentes. Apenas si hay dudas sobre esto. Pero, si nos limitamos a librar este combate coyuntural y renunciamos a mirar más allá de nuestras propias expectativas de vida, nos exponemos a repetir los errores del pasado y a retrasar las soluciones varios años más.

Ahora, al mismo tiempo que nos desvivimos por apagar los fuegos más intensos, debemos ser capaces -entre todos- de formular un programa serio y creíble de reformas, que necesariamente deben ir mucho más allá de una enmienda constitucional. Cada salteño, cada grupo de salteños, por pequeño y poco influyente que sea, tiene propuestas y soluciones para aportar. No debemos despreciar ni rechazar ninguna aportación por mezquindad, por soberbia o por celos y envidias atávicas. La hora de los sectarios ha pasado.

Estamos en el momento justo para que todos, sin exclusiones irrazonables, puedan ser parte de la necesaria transformación que nos espera. Solo tenemos que encontrar a la persona o al grupo más indicado para coordinar la compleja pluralidad que viene aneja a nuestra propia existencia y organizar nuestras variadas ideas de la forma más provechosa posible.

Salta necesita ser rediseñada de arriba a abajo, con paciencia, pero sin desmayos y con esmero. El futuro nos arrollará si no reformamos a tiempo. Nadie tiene poder suficiente para hacerlo por sí solo. Ni Romero ni Urtubey, con el poder tan exorbitante que lograron acumular, han podido hacerlo. Por tanto, debemos hacerlo entre todos.

Será muy difícil acordar un programa de reformas si no nos ponemos de acuerdo en algo que me parece fundamental: tenemos que aceptar -todos, sin excepción- que el populismo ha fracasado en Salta.

Si nos entretenemos en buscar a los culpables de este fracaso vamos a malgastar valiosas energías y a dilapidar un tiempo que nos es imprescindible aprovechar para mejores causas. Es por ello que me parece conveniente que por ahora dejemos los juicios y las culpas para mejores momentos y nos centremos en lo que ahora mismo parece más importante que cualquier otra cosa: sacar a Salta de su atraso y curar sus heridas.

Seguramente tropezaremos con dificultades a la hora de encontrar una definición comúnmente aceptada de progreso, de libertad, de justicia, de solidaridad, de seguridad o, incluso, de democracia. Pero podremos superarlas si acertamos a poner por delante la importancia de los desafíos a los que nos enfrentamos y dejamos aparcados temporalmente los apetitos y los sueños del pensamiento ideológico. La Salta del futuro deberá ser una Salta en la que quepamos todos, aunque pensemos de forma muy diferente.

Es necesario despojar a la palabra «inclusión» de sus peores connotaciones ideológicas, para que la Salta que nos espera «incluya» a todos (no necesariamente solo a los pobres y amenazados de exclusión) y que no nos obligue a pagar peajes en forma de sumisión o reverencia al poder de turno.

No se puede construir una Salta sólida y equilibrada si empezamos por dejar fuera del consenso a gauchos, a curas, a feministas o a abortistas, por el solo hecho de ser una cosa o la otra. Debemos escuchar e integrar a todos, con una sola condición: comprometernos a cumplir con los acuerdos a los que lleguemos.

Allí afuera hay un mundo, ancho y revuelto como él solo, que nos espera y que espera a pueblos como nosotros, capaces de realizar grandes aportaciones a la cultura universal, y dispuestos, al mismo tiempo, a incorporar lo mejor que tiene para ofrecer aquel mundo en ebullición.

No es tan fácil como extender la mano y tomar lo que más nos gusta del mundo sin asumir los riesgos de la operación. Para eso necesitamos no solo reformas estructurales sino también líderes valientes que no tengan miedo al fantasma de la impopularidad y que sean capaces de descodificar las claves de un futuro, incierto, pero siempre provocador y apasionante.