La bendición de Albino

Uno de los síntomas más claros e inconfundibles del deterioro de la autoridad y de la pérdida del poder y ascendiente social de un gobierno consiste en pedir prestado autoridad, prestigio y legitimidad a personajes y a figuras privadas, ajenas a la estructura del Estado.

En los países con democracias más avanzadas, el juramento de un presidente o de un primer ministro no requiere de más autoridad, prestigio o legitimidad que la que proporciona el Estado, con sus leyes, sus procedimientos y sus protocolos solemnes. El cumplimiento de éstas es lo que confiere a las ceremonias de Estado su seriedad, su rigor y su empaque.

Por alguna razón, en Salta las cosas no funcionan de este modo. Para que un ministro jure su cargo y los ciudadanos puedan creer que se trata de algo serio y riguroso, no bastan las leyes, ni los procedimientos ni los protocolos. El gobierno de Salta debe alquilar a un experto privado para que asista al acto y desparrame bendiciones entre los asistentes y llene de empalagosos elogios al nuevo funcionario, y a su jefe, el Gobernador.

La operación -además de inmoral- tiene sus riesgos, para ambas partes. Para el gobierno que alquila, pues demuestra que con su propia seriedad no es suficiente para convertir en legítimas sus acciones y para conferir autoridad a sus funcionarios; y también para el personaje alquilado, sobre el que llueven sospechas de parcialidad, de amiguismo, de afinidades de secta y de poco rigor científico, y al que un giro inesperado de la política, un resultado electoral adverso o un escándalo en el gobierno bendecido pueden dejar totalmente desairado y desautorizado en cualquier momento.

Los grandes personajes del mundo científico o intelectual no se casan con los gobiernos ni los bendicen. La ciencia o el pensamiento militantes son una contradicción en los términos. El científico o el intelectual pierden su vitola de héroes sociales cuando dirigen elogios o diatribas desmedidas contra los gobiernos. La actitud más frecuente del intelectual frente al poder, por no decir la más prudente, es la desconfianza, que, además, ha de ser mutua.

Es sabido que algunos gobiernos del tercer mundo -generalmente dictaduras- alquilan figuras (Julio Iglesias, Naomi Campbell, Sting, Mariah Carey, Beyoncé, Nelly Furtado, etc., etc.). Quizá no por tanto por razones de presupuesto como de afinidad estética, el gobierno de Salta parece más inclinado hacia artistas del mundo de la cumbia villera, como El Apache Ness y los geniales intérpretes de "Mueve el Toto", a quienes se debió haber invitado al salón de convenciones del Grand Bourg con ocasión de la declaración de emergencia social por violencia contra la mujer.

Pero si la popularidad de estos no llegara a ser suficiente, ¿qué mejor que recurrir a los numerarios del Opus Dei para darle un mayor colorido popular al acto?