
La imagen del Gobernador de Salta, descamisado, hablando acaloradamente a un grupo de trabajadores públicos descontentos, pero desorganizados, es patética.
Aquí hay una cuestión de formas, más que de fondo. Y el primer obligado a cuidar las formas es el gobierno; no son los trabajadores, que pueden considerarse en este caso como partícipes secundarios de la degradación institucional.
Aunque deficientes, nuestras leyes establecen una cierta racionalidad para la negociación entre empleadores y asalariados. Hasta la huelga tiene un componente racional que la hace respetable. El Gobernador debió haber respetado la autoridad de quienes él mismo decidió poner al frente de la negociación, y no sustituirlos, porque al hacerlo no sufre tanto la imagen del ministro sustituido sino la del propio gobierno, que se muestra débil y vacilante en un asunto en el que -vale la pena recordar- no vela por sus propios intereses sino por el interés de todos.
Zarandear a un Gobernador, hablarle a los gritos en medios de flashes, empujones e histeria colectiva es el peor homenaje a la racionalidad de la negociación colectiva que se pueda realizar. Quien haya organizado esto se ha equivocado por completo.
Alguna gente bien conocida de Salta se llena la boca hablando de «institucionalidad», pero no hay nada más deprimente para los que claman por el rescate de la calidad institucional que ver que en cuestión de pocas horas el aparato diseñado por el gobierno para hacer frente al desafío sindical se desmorona como un castillo de naipes, sin que nadie acierte a decirle al Gobernador que con su gesto -probablemente irreflexivo- está enviando un mensaje equivocado a la sociedad.
De aquí en más, cualquier sindicato o grupo de trabajadores que se proponga arrancarle algo al gobierno, lo tendrá muy fácil: bastará con negarse a acordar nada con los funcionarios a los que la ley autoriza a negociar en nombre del gobierno, y exigir tratar el asunto directamente con el Gobernador, y a poder ser en una plaza pública, a grito pelado.
En increíble, pero en pocos días una delegación de funcionarios de Salta viajará a Málaga para contarle a expertos internacionales lo buenos que somos en la mediación, y en lo que ellos mismos llaman «métodos alternativos de resolución de conflictos». La delegación de salteños debería acudir a la reunión internacional con una foto del gobernador Sáenz vociferando a sus airados antagonistas en la Plaza 9 de Julio, para demostrar que, en materia de conflicto, en Salta no impera ni la racionalidad administrativa ni el remedio sosegado de la mediación, sino que cuando las papas queman los asuntos más peliagudos se resuelven como en las mejores verdulerías del Mercado San Miguel.
Insisto en que de esto tienen poca culpa los trabajadores, aunque sí y mucha la precaria cultura del conflicto social en nuestra Provincia. No es que no sepamos dialogar ni negociar; es que lo hacemos -unos y otros- con la seguridad de que no hay más límite que el cielo para nuestros objetivos de máxima. Y ello se debe a que el gobierno paga huelgas que no debe pagar y dialoga a cara descubierta con trabajadores que, en vez de organizarse en un sindicato (uno nuevo, si no les gustan los que ya existen), pretenden sujetar al gobierno mediantes presiones asamblearias que son jurídica y moralmente inadmisibles.
¿Qué ocurriría si después de acordar Sáenz un porcentaje de aumento salarial con los autoconvocados, les dice: «Miren, ahora tengo que reunir a mis ministros y secretarios de Estado en asamblea para que voten si están a favor o en contra del acuerdo»?
Si algo como eso ocurriera, los autoconvocados lo mandarían a Sáenz a dar un paseo por la calle Esteco, y le dirían con justa razón: «Usted ¿para qué es Gobernador entonces si no es para representar al gobierno?»
En tal caso, Sáenz podría responderles: «Entonces cuando usted se organice formalmente, como lo estoy yo, me designe un representante para negociar y no me obligue a hablar a los gritos con cientos de personas en la Plaza, negociaremos usted y yo en nombre de nuestros representados y arreglaremos las cosas con mayor facilidad».