
Ni siquiera una visión global aproximada del tiempo de trabajo y su relación con el tiempo de descanso podría darnos una idea de los hábitos laborales de una nación ni del carácter laborioso u holgazán de sus habitantes.
Pero si caemos en la tentación de lo prohibido y hacemos lo que ha hecho hoy un conocido diario de Salta, que piensa que sumando los sábados y domingos más los días feriados y los descontamos del número total de días del año, automáticamente tenemos confeccionado el mapa de la productividad de la nación, podemos encontrarnos con enormes sorpresas.
La primera, que mucha gente trabaja los sábados, los domingos y los feriados. Algunos lo hacen por mandato estatutario (por ejemplo, los bomberos, o los médicos en las guardias de los hospitales) y otros lo hacen en virtud de un acuerdo colectivo de sus representantes con los empleadores (por ejemplo, algunos trabajadores de grandes superficies comerciales o espacios de ocio).
Luego, hay que valorar que la Argentina es uno de los países con una regulación mínima del tiempo de vacaciones pagadas de las más modestas que hay en el mundo, con lo que, así de primeras, la abundancia de feriados se compensa de alguna manera con las pocas vacaciones legales, que lógicamente se pueden mejorar por acuerdos individuales o colectivos.
Pero aunque nos pongamos a medir el tiempo de trabajo en horas por año, como lo hace la OCDE (la media de estos países está en 1770 horas), no llegaríamos a darnos cuenta de si somos más o menos vagos que otros pueblos, a menos que echemos un vistazo serio sobre la productividad.
Porque si para hacer un trabajo que a un noruego le lleva completar tres horas, un trabajador de Cachi necesita 28 horas, es que nos hallamos frente a una diferencia importante de productividad, que muchas veces no es provocada directamente por los mayores o menores bríos, empeño o inteligencia del trabajador, sino por la eficiencia del entramado productivo.
A la productividad individual de cada trabajador habría que confrontarla también con la productividad global de la economía nacional. Y este es ya otro cantar.
No es verdad que la Argentina sea uno de los países con más feriados del mundo. Con 15 feriados (16 ahora, con el del ilustrísimo pero olvidado «héroe gaucho») nuestro país se queda un poco lejos de la India que tiene 21, así como de Colombia y Filipinas, que tienen 18. O sea que todavía tenemos un cierto margen para empujar y, con un poco de suerte, convertir también en feriados nacionales al día de la Procesión del Milagro, al de la Batalla de Salta, al Día de la Empanada y al Día del Guaschalocro, que al fin y al cabo son también platos heroicos, nacionales y populares.
En un país en el que se trabaja cada vez menos, se produce cada vez peor y se cobra cuando canta la chuña, al menos el empleo podría mantenerse alto, por aquello de lavorare meno per lavorare tutti. Pero todos sabemos que no ocurre así.
El principal problema de nuestro país no es lo mucho o poco que trabajan sus habitantes sino la cantidad de gente que hace como que trabaja y en realidad se rasca, y esa silenciosa legión de gente que trabaja más, que cobra menos de lo que debe, que no tiene aportes para la jubilación y que no figura en ningún registro. Ello sin contar en ese minoritario pero importante bolsón de relaciones laborales a la soviética: «Nosotros hacemos como que trabajamos y ellos hacen como que nos pagan».
De modo que si alguien nos quiere presentar ante el mundo como un país de vagos, amantes de los feriados XXL, que también sepa el mundo que nos rodea que entre nosotros viven unos explotadores malignos que se pasan las leyes -incluidas las de los feriados- por el arco de triunfo.