
La protesta reproduce la escenografía, el vestuario y el atrezzo de la que semanas pasadas se montó a las puertas del edificio donde funciona la Casa de Salta en Buenos Aires, en plena Diagonal Norte; es decir, unos señores encorbatados, con el pecho cruzado por una banda con los colores borbónicos (remedando la que ciñe el pecho del Gobernador de Salta), los pantalones bajados hasta los tobillos y una actitud pensativa, al estilo de la famosa estatua de Rodin, pero sobre unos coquetos inodoros de impecable loza.
Al fondo de la protesta, una pancarta de respetable tamaño en la que se puede apreciar la imagen de Juan Manuel Urtubey en la misma pose que los actores y sentado sobre el mismo artefacto.
El desplante de Greenpeace ha sido recibido con opiniones divididas por parte de transeúntes y tuiteros. Unos le han reprochado la falta de respeto al Gobernador y a su intimidad intestinal; otros han aplaudido sin reservas la protesta, convencidos de que el Gobernador utiliza los bosques nativos con la misma impunidad que su toilette personal.
La batalla continúa, en los medios, en los juzgados y en las fincas desmontadoras, a donde Greenpeace ha enviado a sus warriors, que, a decir, verdad, son algo más arriesgados que los falsos defecadores, cuya impudicia se limita, por el momento, a exhibir sus hirsutas piernas a los desprevenidos viandantes.