En base a discreción, Sáenz ha conseguido que los salteños se olviden de Urtubey

  • 2020 ha sido un año desgraciado para el gobierno de Salta, pero no para Gustavo Sáenz. El mandatario que asumió su cargo el pasado 10 de diciembre de 2019, sin imaginar la que se le vendría encima, ha completado su primer año de mandato con una alta nota, en imagen personal pero no en eficacia política.
  • ¿Casualidad o cálculo?

Aunque muchos afirman que a Sáenz solo le bastó para diferenciarse de su antecesor la corrección escénica de su esposa (muy diferente al exhibicionismo pasional de la anterior primera dama), en realidad el actual Gobernador ha puesto mucho de su parte.


En todo este tiempo, Sáenz no ha podido hacer su vida en los aviones y los helicópteros, como lo hacía Urtubey hasta la náusea, y poco ha podido prodigarse en actuaciones demagógicas. En parte por las restricciones a la movilidad, y en parte también porque el uso de mascarillas y la distancia social obligatoria (en algunos casos incumplida) le han impedido al actual Gobernador repartir sonrisas, fundirse en abrazos y dar besos húmedos a ancianas y a niños, como a él le gusta.

Su valoración como figura política podría haber entrado en una zona de marcada indiferencia si no fuera por el hecho de que Sáenz recibió ayudas inesperadas, como la de la Intendenta Municipal de la ciudad de Salta, Bettina Romero Marcuzzi, que se marcó un año desastroso al frente del gobierno de la ciudad, haciendo extrañar a Sáenz, que desempeñó ese mismo cargo hasta diciembre de 2019.

El imparable declive de Romero, apurado por su estilo personalista, por sus tics autoritarios, por su escaso contacto con la realidad, por la incomprensión casi filosófica de la pobreza y por la imperdonable ligereza a la hora de elegir a sus principales colaboradores, ha elevado a Sáenz a unas alturas hasta hace poco inimaginables.

Cualquiera que se empeñe en comparar el trabajo del gobierno provincial con esa formidable máquina de errar que es el gobierno municipal de Romero no podrá sino concluir que Sáenz es una especie de Churchill sin habano, comparado con la pequeñez política y el desenfado autoritario de quien hizo de la Municipalidad de Salta y de sus procesos públicos un cortijo de su propiedad, como era de esperar, por otra parte.

Durante el tiempo en el que a Sáenz le ha tocado bailar con la más fea, el exgobernador Juan Manuel Urtubey, convertido en coleccionista transocéanico de cuarentenas, ha intentado varias veces volver al ruedo sin éxito. El rechazo visceral de los kirchneristas, a los que Urtubey traicionó abiertamente a finales de 2015, la desconfianza de los políticos de la otra orilla (no demasiado convencidos de la repentina moderación y la sospechosa profesión de fe liberal del fallido candidato) y los agujeros negros que todos los días se destapan en Salta y huelen a podrido, han rebajado la estatura política de Urtubey hasta límites que pocos podrían haber calculado con simplemente mirar el calendario.

A pesar de que las conexiones entre los gobiernos de Sáenz y Urtubey son más que evidentes (hasta el momento Sáenz no solo ha recogido a la mayor parte de la tropa urtubeysta amenazada por el desempleo estructural de largo plazo sino que también ha confirmado y reconfirmado las altas designaciones judiciales de Urtubey, garantizando así su impunidad), los gobiernos de uno y otro están separados por un abismo, no en materia ideológica pero sí de comunicación e imagen.

Nadie en Salta espera ver a la esposa de Gustavo Sáenz semidesnuda en las redes sociales, ni al Gobernador posando de intelectual en ninguna circunstancia, especialmente fuera de la Argentina, en donde es tan desconocido como Urtubey. Sáenz no parece necesitar de ninguno de estos trucos para mantenerse en lo más alto del pedestal, y aunque algunos ya trabajan para que el actual Gobernador despegue los pies de la tierra y sueñe con alturas que no están a su alcance, otros le recuerdan su promesa de recato y contención en materia de reelecciones.

Así pues, sin mucho que mostrar y gracias a la paupérrima imagen de una calamitosa Bettina Romero y las graves dificultades que enfrenta Urtubey (aun sin causas judiciales en su contra), Sáenz sube como la espuma, a despecho de la pandemia, de los contratiempos presupuestarios, de la inutilidad de alguno de sus colaboradores y -lo que es más importante- a pesar de la ausencia de una idea clara del rumbo que debe imprimir a su gobierno en estos tiempos tan revueltos.

Pero si con estas piedras en su mochila Sáenz aún se mantiene a flote, los salteños deben abrir los ojos, porque el gobernador de transición, el hombre que llegó al poder como «puente» entre dos proyectos autoritarios aparentemente incompatibles, no es cualquiera y parece estar empecinado en demostrarlo.