
En plena temporada, el turismo de Salta atraviesa uno de sus momentos más bajos. En todo sentido.
No solo se ha estancado la oferta de servicios, sino que los atractivos naturales y culturales de Salta no han sido objeto de ninguna mejora en los últimos años. Hay más vuelos, sí, pero no mejoran ni el aeropuerto (que sigue siendo un orgullo del tercer mundo) ni las carreteras, que se encuentran en estado calamitoso. No mejora ni se incrementa la oferta hotelera, y lo que viene siendo la «cultura» de Salta, sufre las restricciones presupuestarias de un gobierno que ha venido subvencionando graciosamente a los artistas, hasta convertirlos en empleados del Estado.
Pero el turismo de Salta no solo es receptivo, como lo demuestra el propio Gobernador de Salta, que viaja y viaja por los diversos rincones de la geografía nacional, sin contar con que en estos días su nueva esposa y la hija común de ambos andan haciendo turismo por la tórrida Barcelona.
A estas alturas se puede decir que el único sujeto beneficiario de las falsas campañas de promoción turística de Salta (que en realidad son promocionales de la candidatura de Urtubey) es el propio Urtubey.
Cansado ya de regalar alfajores rancios a los primeros turistas que llegan a Salta (antes solo en enero, ahora también en abril, julio y septiembre), Urtubey ha decidido, como Luis XIV que «el primer turista soy yo». No el que llega, pero sí el que sale.
Lo mismo se podría decir de las campañas de promoción de Güemes, que incluyen la entrega de «bustos», banderas y souvenirs alusivos al héroe gaucho, puesto que de ellas no se beneficia Güemes (fallecido hace casi doscientos años) sino Urtubey, que se cree que es su reencarnación. Cada vez que corta las cintas de un busto de Güemes en la Patagonia o en las cataratas, Urtubey experimenta esa íntima sensación de orgullo por estar inaugurando algo así como un monumento a sí mismo.
En Salta nadie protesta por estos hechos, que no son simplemente simbólicos, ya que tienen un impacto entre moderado y notable en las cuentas del Estado, además de constituir una vergüenza pública.
Dinero para pagar los sueldos docentes y apagar el incendio no hay, pero sí para que el avión de la Provincia despegue con sus tanques llenos y aterrice en cualquier aeropuerto del país o de países vecinos, llevando a bordo al que hasta hace poco era candidato presidencial y ahora, por esas cosas del destino, es solo vicepresidencial. En las bodegas del avión se calcula que hay unos cuantos bustos de Güemes apilados prolijamente, a la espera de que el director de campaña de Urtubey le indique al piloto de la aeronave a dónde hay que desplazarse.
A decir verdad, los bustos de Güemes que distribuye Urtubey son horribles, además de ser minimalistas (no tienen brazos y probablemente tampoco españda) y más de un intendente o gobernador de otras provincias debería negarse a emplazarlos en sus ciudades y exigir al generoso donante que traiga «mercadería» de mayor calidad.
Si Güemes es realmente glorioso y su gloria es definitivamente sideral como dice el gobierno, correspondería despedir al escultor contratado para reproducir su imagen en latón pintado con aerosol y contratar a un escultor griego de alta nota para que talle al esplendoroso e inmortal general gaucho en mármol de Carrara o en granito de Galicia.
Por otro lado, está probado que las campañas de promoción del turismo de Salta en otras provincias despiertan más atención entre el público local cuando, en vez de exhibir gigantografías con paisajes de Salta, se muestran las bellezas de la Provincia de Jujuy. Es decir, que los viajes de Urtubey a troche y moche no solo son un fiasco histórico y turístico, sino también político, puesto que por cada mil millas que completa el avión de la Provincia en el aire, la intención de voto de la fórmula Lavagna-Urtubey en las encuestas cae un 0,3%.
Tal vez si hiciera dedo (aunque no tendría cómo llevar los bustos de Güemes a cuesta) todo iría mejor.