Urtubey: El 'falso nueve’ que va de los extremos al centro

  • La conquista del paraíso se le está complicando por horas al cambiante Gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey.
  • Maniqueísmo ideológico

Como en aquella vieja película protagonizada por el hoy casi anciano Warren Beaty, el ángel de la guarda de Urtubey parece empecinado en mantenerlo con los pies sobre la tierra, mientras sus incondicionales y él mismo sueñan con aventurarse lo más pronto que se pueda con las alturas celestiales.


Para lograr un poco de la atención que le hace falta (lo dicen las encuestas), Urtubey no ha ahorrado en gestos contradictorios.

Algunos de estos gestos se dan de narices con las políticas que ha desplegado en Salta en los últimos once años (la austeridad, la eficiencia administrativa, el aborto, la protección de las mujeres, la enseñanza religiosa...) y otros entran en cortocircuito con su propia esencia nacionalcatólica (la tolerancia, el liberalismo moderado, la distancia de los extremos...).

Fuera de Salta, Urtubey dice haber renunciado al maniqueísmo ideológico, pero dentro de los folklóricos límites de su provincia no hay dudas de que se ha empleado a fondo (y no dudaría en volverlo hacer) para aniquilar al centro político y para impedir que las fuerzas democráticas se unan en coalición con objeto de defender de forma prioritaria los intereses de la comunidad política y los proyectos públicos.

Más que asesorado por un catalán despierto, los pasos de Urtubey parecen dictados por un somnoliento Ernesto Valverde, el entrenador del Fútbol Club Barcelona, que no es catalán sino extremeño, y que de vez en cuando organiza a su equipo para que Messi juegue de «falso nueve», arrancando desde atrás y tirando diagonales desde la derecha hacia el centro.

Urtubey hace exactamente lo mismo, con la sola diferencia de que su arranque se produce desde mucho más atrás que el de Messi. En términos ciclísticos, Urtubey debe remontar las rampas que conducen al Alpe D’Huez, mientras la carrera de Messi tiene por escenario el llano, aunque por su velocidad de liebre a menudo parece que va en bajada.

Hoy mismo, el filósofo político francés Sami Nair escribe en El País de España que en Europa existe una «predominante tendencia a invertir los valores». Para el ilustre pensador, esta tendencia «está tergiversando gravemente los puntos de referencia y engañando, en consecuencia, a la opinión pública europea».

Urtubey y su discurso presidencialista forman parte, claramente, de esta tendencia distorsiva de los valores, que busca, como último efecto, engañar a la opinión pública y manipular el resultado de las elecciones.

En Europa, el populismo ha ganado importantes espacios y una audiencia electoral nada desdeñable. Da igual que se trate de un populismo de izquierda o de uno de derecha: ambos tienen en común -como apunta Nair- la concepción demagógica del “pueblo contra las élites”.

Es decir, el discurso distorsivo de los valores se dirige a las clases populares (obreros, desempleados, inmigrantes), tradicional espacio de pesca de los partidos de la izquierda. Pero los extremos se aproximan, como lo demuestran, por ejemplo, las asombrosas coincidencias políticas y los votos concordantes en el Parlamento Europeo del partido de Marine Le Pen en Francia con el del chavista Pablo Iglesias en España.

En casi todos los casos, el populismo, del signo que sea, busca gobernar en nombre de un nacionalismo xenófobo institucionalizado -como escribe Nair- «bajo el doble pretexto de la reconquista de la identidad nacional frente al eximperio ruso y del rechazo a someterse a determinados compromisos de la Unión Europea».

Si lo de Urtubey no fuese tan burdo, si no oliera desde lejos a naftalina y a sacristía, se podría decir que lo suyo es una mutación identitaria como las que se están produciendo en Europa. Pero los enormes agujeros de su discurso y las vaguedades que lo adornan («la Argentina necesita cambiar de raíz su sistema económico») están denunciado más bien el movimiento de un «falso nueve», de alguien quiere engañar con su posición en el campo de juego.

Pero una cosa es hacerlo como Messi -que juega junto a un extraordinario Luis Suárez- y otra cosa bien diferente es hacerlo como Urtubey, a quien se le ve el plumero a varias leguas y tiene unos laderos tan obvios y predecibles que difícilmente podrían llegar a engañar a una defensa atenta.

Lo peor que puede pasarle a un mago es que sus trucos queden a la vista del público y que no consiga ni siquiera engañar a los niños. Si en Europa esta inversión de los valores y el ahogo de la democracia han quedado en evidencia, ¿qué se puede decir de la Argentina, país al que políticos como Urtubey pretenden conducir por el camino de la trampa y la falsificación ideológica?

Quizá los argentinos (y especialmente los salteños) seamos un poco más ingenuos en este sentido, pero no tan tontos como para no darnos cuenta de maniobras tan obvias y tan deficientemente ejecutadas como las de Urtubey y gente de su mismo pelaje.