Prueba de fuego para Gustavo Sáenz

  • En la última semana, el Intendente Municipal de Salta, Gustavo Sáenz, ha conocido el lado más amargo de la política: el de la injuria directa y el ataque in personam.
  • En el centro de la escena

No se puede decir que hasta el momento la vida política de Sáenz haya sido una balsa de aceite; pero no es menos cierto que, hasta ahora, debió enfrentarse a una maldad tan refinada y tan difícil de combatir como esta que se le ha atravesado en sus planes en los últimos días.


Parece fácil plantarle cara a la mentira enarbolando la verdad. Pero de la dificultad de hacerlo bien pueden dar fe y escribir páginas y páginas eruditas quienes todos los días luchan contra el efecto corrosivo inmediado de las fake news.

No solo es decisivo el tiempo (la reacción inmediata, sin intervalo de tiempo, puede a veces ayudar, pero en la mayoría de los casos juega en contra), sino el humor y, sobre todo, las palabras.

Las reacciones que persiguen el restablecimiento de la verdad son casi siempre sospechosas cuando el ofendido por la mentira pone el grito en el cielo, recurre a vocablos contundentes o agita los brazos de forma aspaventosa.

La mentira provoca indignación, pero antes que eso, está diseñada para provocar daño (generalmente en la imagen o en la reputación de alguien). Se puede sacar a pasear la indignación, pero mucho más inteligente es dejar estacionado en lugar seguro aquello que nos pide el cuerpo y centrarse en la operación -siempre complicada y de más largo aliento- de restañar las heridas, de reflotar la imagen, de rescatar la reputación hundida.

Sáenz no es cualquiera, ni las mentiras que le han colgado son chismorreos de viejas envidiosas. La pataleta jurídica está bien, pero de él se espera una reacción política más estructurada, más enjundiosa, a la altura de su capacidad y su experiencia como hombre público.

Poco a poco, mientras el asunto avanza y se diluye, Sáenz parece recuperar todo aquello que en un primer momento apareció opacado por la indignación.

En estos momentos, mientras los Stornelli, los D’Alessio, los Etchebest y los Verbitsky se desinflan sin remedio y ocupan cada vez menos espacio en las reflexiones serias de los que se dedican a examinar los asuntos políticos cotidianos, Sáenz, casi sin querer, ha pasado a ocupar el centro del escenario.

No está mal para alguien que se ha enfrentado a la infamia a caballo, mientras los otros (ofensores y ofendidos) lo hacían montados en un Lamborghini.